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El general (retirado)
José Efraín Ríos Montt, considerado como uno de los dictadores más sanguinarios de Latinoamérica durante su mandato entre el 23 de marzo de 1982 y el 8 de agosto de 1983, fue declarado sujeto de enjuiciamiento por los delitos de genocidio y crímenes contra la humanidad, “tras considerar que existen pruebas suficientes de su responsabilidad en las masacres cometidas en el área Ixil (Quiché, norte), durante la fase más violenta de la guerra civil vivida en este país centroamericano entre 1960 y 1996.
La misma suerte de Ríos Montt corre el también general retirado Mauricio Rodríguez Sánchez, jefe de la Inteligencia Militar, la temida G-2, durante el régimen dictatorial del viejo militar. Se le atribuye la implementación de planes de exterminio Sofía y Firmeza 83, desclasificados por el Departamento de Estado norteamericano.
El juez de delitos de Mayor Riesgo, Miguel Ángel Gálvez, dijo que las partes involucradas deberán presentarse el próximo miércoles, para la aportación de pruebas.
Fue un proceso largo y complicado, a lo largo del cual el viejo militar y sus abogados utilizaron cuanto recurso legal estuvo a su alcance para entorpecerlo. Uno de las cartas jugadas fue acogerse a la Ley de Amnistía, autoproclamada por los militares antes de entregar el poder en 1986. Un tribunal resolvió que el exgobernante “no puede acogerse” a esa ley.
La noticia, como era de esperar, provocó reacciones encontradas en la sociedad guatemalteca. Mientras los seguidores del viejo dictador consideran que Ríos solo cumplió con su deber de “salvar a Guatemala del comunismo”, las organizaciones humanitarias celebran el fallo, el que señalan como un hito en la historia de Guatemala.
La vista se inició al filo de las 11.10 (18.10 hora peninsular española), en medio de una creciente expectación. Francisco Palomo, uno de los abogados del viejo militar, pronosticó que el juez fallaría en contra de su patrocinado, “merced a la agobiante presión de la comunidad internacional y organizaciones humanitarias”. En tanto, en las afueras de la Torre de Tribunales, organizaciones mayoritariamente indígenas realizaban ritos precolombinos para pedir “justicia” a los dioses de sus ancestros.
Trayectoria sangrienta
El poder absoluto y su condición de converso convirtieron a Ríos Montt en un dictador mesiánico, que inició su batalla contra las guerrillas de inspiración marxista con ánimo de cruzada. Así, los 16 meses de su dictadura se convirtieron en una de las etapas más crueles de la guerra guatemalteca, con matanzas generalizadas en contra de poblaciones indígenas merced a su política de tierra arrasada, que no tenía empacho en pregonar. Amnistía Internacional califica esa etapa como “genocidio”. La dimensión de esa política la resumen las cifras verdaderamente escalofriantes. De acuerdo con organizaciones de derechos humanos, en la etapa de Ríos Montt unos 10.000 guatemaltecos, en su mayoría indios, fueron ejecutados extraoficialmente y el número de refugiados ascendió a 100.000 personas. El Informe de Esclarecimiento Histórico de la ONU eleva a 448 el número de aldeas, literalmente, borradas del mapa.
Fue demandado en 1999 ante la Audiencia Nacional española por la premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú, acusado de delitos de lesa humanidad como genocidio, torturas, desapariciones forzadas y terrorismo de Estado.
Ríos Montt fue candidato a la Presidencia de Guatemala en 1974, comicios que habría ganado pero que le fue arrebatado por un fraude que dio el triunfo al candidato oficial, general Kjell Eugenio Laugerud. Para quitárselo de en medio, la cúpula militar lo nombró agregado militar de la Embajada de Guatemala en Madrid, cargo que ocupó hasta 1977.
En 1978, víctima de un alcoholismo con ribetes dramáticos, abandonó la fe católica para abrazar, con el entusiasmo de los conversos, la iglesia verbo, una secta neo pentecostal con sede en Eureka (California), en donde alcanzó la jerarquía de anciano (obispo). Fue precisamente en sus labores proselitistas donde lo sorprendió el golpe de Estado del 23 de marzo de 1982, cuando, según la versión oficial, los jóvenes oficiales lo buscaron para ofrecerle la jefatura del Estado, que Ríos aceptó inmediatamente. Otros sectores, sin embargo, aseguran que Ríos Montt formó parte de la conjura desde el principio.
Presidir un triunvirato, compartido con el general Horacio Maldonado y el coronel Francisco Luis Gordillo, protagonistas de primera fila de la asonada, no fue suficiente para Ríos Montt quien se deshizo de sus colaboradores y se hizo nombrar presidente de la República, amén de ministro de Defensa y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
A la vuelta de la democracia, Ríos, tahúr de la política, logró un escaño en el Congreso, cargo que le garantizaba inmunidad. Ríos aprovechó la disciplina prusiana impuesta a su grupo parlamentario para inclinar la balanza en aquellas leyes que requieren del voto de mayoría calificada (dos terceras partes de la totalidad de papeletas), extremo que siempre le permitió negociar exitosamente la impunidad que le permitió burlar los procesos en su contra.
Su mayor logro político fue llevar a su partido a la Presidencia de la República en el periodo comprendido entre el 14 de enero de 2000 y la misma fecha de 2004. Como la Constitución de Guatemala prohíbe a los golpistas aspirar al poder –ocupó la jefatura del Estado tras derrocar al también general Romeo Lucas García hasta ser defenestrado por su entonces ministro de Defensa, Humberto Mejía Víctores–, Ríos encontró en Alfonso Portillo al hombre que le permitió gobernar a su antojo desde la Presidencia del Legislativo.
El gobierno Portillo-Riosmonttista está considerado como uno de los más corruptos de la historia de Guatemala.
Experto en burlar la ley
La doble moral parece estar en el ADN del viejo dictador. En una biografía de carácter hagiográfico (Efraín Ríos Montt, ¿siervo o dictador?, La verdadera historia del controversial presidente de Guatemala), patrocinada por su Iglesia, los estadounidenses Joseph Anfuso y David Szcepanski publican una visión idílica del militar y presentan como “hazañas” todas las artimañas que Ríos utilizó, desde su niñez, para alcanzar sus objetivos.
Cabe destacar cómo, en su intento por acceder a la Escuela politécnica (academia militar), frustrado en una primera oportunidad por problemas en la visión, “se cuidó de aprender de memoria los cuadros con letritas que se usan para los exámenes de la vista y, aunque todavía sufría de astigmatismo, pasó el examen fácilmente”.
Su paso como director de la Academia, que a juzgar de sus hagiógrafos fue modélica y llena de gestos casi angelicales, es desmentida por oficiales que fueron sus subalternos, tanto en su etapa de cadete como cuando llegó a director. “Tenía gestos de crueldad increíbles”, dijo a este periódico un coronel retirado que pidió mantenerse en el anonimato.
Fuente: Internacional El País